Serían sobre las diez de la noche cuando supe que pasaría.
Después de unas horas y demasiado vino, allí estábamos;
En el sitio equivocado, el día equivocado y a la hora equivocada.
Pero allí estábamos.
Serían sobre las cinco de la madrugada cuando me di cuenta que ya no había marcha atrás, ni quería. Lo cierto es que ni quiero.
Sus manos quemaban y yo me sentía chocolate fundiéndome en su boca.
Serían sobre las ocho de la mañana cuando le miré el culo mientras intentaba caminar sin romperse. Ella, por supuesto, no sabe que siempre que me he interesado por un culo he acabado perdiendo los papeles.
Serían sobre las nueve de la mañana cuando seguíamos jugando a un juego que sólo ella conocía las normas. Me las ha intentado explicar, pero sigo sin comprenderlas.
Serían sobre las nueve y media de la mañana cuando decidí acogerla en mis sueños. La miré por última vez antes que la resaca nos jugara malas pasadas, puse mi mano en su cara y en silencio le pedí que se quedara.
En nuestra habitación amaneció a eso de las dos de la tarde. Y allí seguíamos; en el sitio equivocado, el día equivocado y a la hora equivocada. Y serían sobre las ocho de la tarde cuando me di cuenta que todos los sitios, todos los días y todas las horas iban a ser equivocadas si no entendía las normas de ese maldito juego.
Son sobre las doce y media de la noche. Hace como media hora que he dejado de respirar y no pasa nada. Porque nunca pasa nada. Porque siempre es como si no pasara nada.
Y así será.
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