Viene vestida de rojo, pero la pasión se la ha dejado en casa. Sus tacones negros avisan tornado, ni los meteorólogos podrían haberlo previsto. Su pelo al compás con sus ojos, castaños intensos. Los labios dispuestos a ser lluvia, granizo y nieve.
Se mueve como si cada paso fuera el último de su vida. Como si no importarse, de repente, que en el siguiente dejases de existir.
Ella es de las mujeres que cuando te cruzas por su camino (porque es imposible que ella se cruce en el tuyo), te quita el oxígeno. Lo hace a drede para que luego vayas a buscarlo y decirte que no lo quiere.
Es la más puta de las putas que he conocido. Sin tener la palabra puta nada que ver con sexo.
El mismo día que me enamoré de mi puta, abandoné mi vida. Morí, no fue culpa de ella. Yo fui suicida.
Puede que ahora lo que quede de mi sea el recuerdo en esa camarera que me servía antídoto de olvido a corto plazo.
Qué mentirosa era:
- Si te sirvo una más, mañana no te acordarás de nada.
Otra puta.
Pero siempre la creía.
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