Cuando la realidad no se presta a darme énfasis ni avidez
por aquello que, se supone, me hará sentir ufana. Cuando derrengan las mismas
historias imperecederas que me dejan con esa sensación de oquedad. Justo en ese
preciso momento, pasa. Y…
Pasó el tiempo rápido, fue como el vértigo que se siente en
la bajada de una montaña rusa y lo que queda después son las ganas de volver a
disfrutarla.
Desde el principio supe que, si fuera, sería efímero. No me
dejó ninguna duda al respecto y a mí me pareció bien. Pero después me fijé en
su culo y qué os voy a contar, algunos ya sabéis de mi fijación. Aunque no fue
eso lo que me ha traído hasta aquí de nuevo.
Fue su llegada risueña por detrás, su educación al dejarme
pasar siempre la primera, sus caderas, sus manos, su buen gusto por la música,
su manta suave, su manía de coger el tenedor con la derecha y el cuchillo con
la izquierda, sus ojos penetrantes, su facilidad de sueño, su forma de abrir
una botella de vino…
Me costaba mirarla a los ojos más de tres segundos seguidos,
al cuarto, quería besarla. El 20% de las veces lo hice.
Pero fue en un momento determinado cuando supe lo que me
estaba pasando. Justo antes de llegar a la cima de mi éxtasis la miré, ella
también me miraba y fue una mezcla entre el placer de sus dedos y de sus ojos
lo que me hizo estallar por dentro (y por fuera). Tuve que cerrar
los ojos antes de correr mayores riesgos.
“- No quiero que te enganches de mí.
- Vale.”
No podría haber elegido respuesta más estúpida. Pero eso fue
lo que dije.
Vuelvo a esa realidad que no se presta a darme énfasis ni
avidez por aquello que, se supone, me hará sentir ufana. Me siguen cansando las
historias imperecederas. Pero, al menos hoy, me siento un poco menos vacía.
Aunque tu paso sea efímero y tu estancia utópica, tu esencia
queda en mí.